viernes, 3 de septiembre de 2010

LA CUERDA DE PLATA




Una mañana clara, estaba Buda paseando por los cielos, a orillas del lago de la Flor de loto, pensativo bajo la tibia caricia del Sol. Al inclinarse sobre el agua del lago, vio en las hirvientes profundidades de Naraka (el infierno) a un hombre que se debatía furiosamente y que parecía pedir ayuda. Buda lo reconoció de inmediato. Era un hombre llamado Kantuka, un ladrón, un libertino, un abominable asesino a quien había encontrado durante su paso por la Tierra. Buda, que es la Compasión infinita, recordó que una vez en su vida, aquel Kantuka había manifestado un poco de bondad.Una gran araña se había posado en su sandalia, y él, en vez de aplastarla, le había perdonado la vida y había seguido su camino.

Voy a ayudarlo, pensó Buda, por aquel gesto de compasión. Quién sabe, tal vez quede todavía un resplandor de generosidad en ese desdichado. Tomó entonces un hilo de araña y lo hizo bajar por el lago en dirección a Kantuka. El hilo se transformó en cuerda de plata, y el bandido se agarró a ella sólidamente. Empezó a subir.La ascensión era dura.Kantuka ponía en ella todas sus fuerzas.Se empleaba con las manos y los pies, con las rodillas, sudando y resoplando. Pronto distinguió un rincón de cielo azul encima de su cabeza. Estaba redoblando los esfuerzos cuando echó una ojeada hacia a bajo.¡Horror! Una decena de antiguos compañeros suyos se aferraban a la cuerda de plata y es esforzaban por ascender también.

“Esta cuerda corre el peligro de no ser lo bastante sólida para sostenernos a todos”, se dijo Kantuka. Recordó entonces que todavía llevaba en un bolsillo secreto un cuchillo de sus tiempos de asesino. “Voy a cortar la cuerda y me desembarazaré de ellos“, pensó. Apenas formulado su pensamiento, se rompió la cuerda por encima de él y cayó de nuevo casi para siempre en los Infiernos.